jueves, 10 de abril de 2014

"Lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad." Karl A. Menninger.



El otro día me comentaba un amigo que hacía unos meses había retomado sus entrenamientos de natación y había vuelto a iniciarse en competición. La había abandonado hace unos 9 años. Le pregunté por qué lo había dejado, ya que, viendo que está consiguiendo logros importantes, es bueno. Me explicó que fue a causa del entrenador. No les trataba bien, les sometía a mucha presión. Hizo que los chavales perdieran las ganas y la motivación.
Podría haber cambiado de equipo, pensaréis. Ya, pero ¿os imagináis con 15 años y hastiados de todo y todos? ¿Creéis que es sencillo que resurja la pasión por el deporte?

Hoy voy a hablaros de algunas habilidades que debería poseer un buen entrenador en deporte base. Porque esta etapa es esencial para generar el enganche al deporte. Es decisiva para que el niño empiece a amar el deporte o para que acabe odiándolo.

El principal objetivo del deporte en las edades más tempranas no es obtener buenos resultados, sino que los niños aprendan valores y se diviertan. Y puestos a aprender, pueden adquirir tanto valores positivos como negativos, por ello el entrenador ha de ser una figura ejemplar. Un modelo de conducta. Un referente.
Debe buscar el aprendizaje de la disciplina, la motivación, la interacción social y el disfrute con la actividad. Un planteamiento lúdico no está reñido con la seriedad de los entrenamientos y competiciones.

El entrenador debería centrarse en los aspectos positivos y resaltarlos. Debe evitar darle protagonismo a los fallos y castigar. Un error se corrige, no se castiga.
Por supuesto nada de gritos. Debe dirigir el grupo de manera democrática, no autoritaria. El estilo democrático se basa en: corregir, no castigar; dialogar, no ordenar; saber elogiar y reconocer logros.
Una buena manera de fomentar y fijar conductas a estas edades es establecer una economía de fichas. Esto es, dar una serie de puntos por actividad realizada correctamente (uniforme cuidado, vestuario ordenado, material recogido, puntualidad…) y, al llegar a X puntos, hay una recompensa.

La comunicación del entrenador con los niños ha de ser coherente y clara. La comunicación verbal no puede estar en disonancia con la no verbal. No puedes decirle al niño que una determinada jugada o ejercicio estuvo bien y que tu cara, tono de voz, gestos… indiquen lo contrario. Las directrices que se den han de ser cortas y sencillas, sobretodo en los partidos o competición.

Por último, el entrenador ha de ser una figura que transmita seguridad. Ésta se transmite controlando la dificultad de las tareas que tienen que hacer los niños (pedir un ejercicio para el que aún no están preparados y que fallen, va a generarles inseguridad en sus habilidades y va a tocar su confianza). También preparando bien las competiciones: hablarles de los rivales, establecer jugadas, ensayar posiciones… Otra manera de transmitir seguridad es mediante el establecimiento de rutinas. Rutinas de entrenamiento, de pre-competición, de competición y de post-competición.

En resumen, el entrenador en deporte base tiene una función más que relevante. Me he centrado en su rol, pero no me olvido del de los padres, cuyo papel es igual de importante a la hora de que el niño se enganche o no al deporte. Que el niño adquiera disciplina, voluntad y dedicación no se va a lograr por la fuerza, sino educándole. Al igual que se forman en el cole, se pueden formar en el deporte.











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