En los años 70 un señor llamado Martin Seligman realizó un
experimento del que se obtuvieron conclusiones muy interesantes.
En una primera fase del experimento, metió a un perro en una
gran jaula en la que recibía pequeñas descargas cada poco segundos y de la cual no podía
escapar. Otro perro fue sometido a las mismas condiciones, pero con una
variante, podía escapar de la jaula accionando un panel con el morro.
En la segunda fase del experimento ambos canes fueron
metidos en una jaula electrificada de la que podían escapar saltando una
pequeña pared.
El perro que había aprendido a accionar el panel cuando
había descargas, escapaba al poco. El otro, en cambio, permanecía pasivo, no
hacía esfuerzos por huir.
A esto lo llamó indefensión aprendida. Si aplicamos este
concepto a la conducta humana, nos encontramos ante el hecho de haber aprendido
a comportarnos pasivamente en una situación aversiva. No se reacciona a pesar
de que existen oportunidades reales de cambiar esa situación.
Muchas personas son como el primer perro. Soportan una
situación que no les agrada a pesar de poder cambiarla. ¿Por qué? Habituación,
aprendizaje o, hablando en plata, la costumbre. Nos acostumbramos a ver las
cosas de una determinada manera. Puede ser por negarnos a ver y aceptar lo
evidente (no te quiere, no te valora, no te aprecia…), por temor cambio (“¿qué
voy a hacer?” “¿cómo lo voy a hacer?” “no sé hacerlo”), o porque creemos realmente
que no podemos cambiar las cosas (“no se puede hacer nada” “soy así” “no vale
la pena”). Pero no esto no es cierto, hay opciones.
Siempre hay alternativas a nuestras actitudes y nuestros
pensamientos, sea cuál sea la situación (laboral, sentimental, académica…) que
nos genera insatisfacción, aunque de primeras no se nos ocurran o no las veamos,
ya que la autocompasión hace que no veamos más caminos que el que llevamos.
Si no estás satisfecho contigo, con tu comportamiento, con
lo que estás obteniendo, ¿por qué no te atreves a luchar por lo que quieres?
¿Qué estás esperando?
Cambiar cuesta. Ver otras opciones, cuesta. Modificar el
camino, cuesta. Es un proceso que requiere esfuerzo y constancia. Es algo que
hay que ir haciendo cada día. Pequeños pasitos diarios, nos llevarán al gran
cambio.
Elegir cambiar, ya es el primer paso para el cambio. Es un
gran paso, porque implica que te has quitado de la cabeza la losa de “no puedo
hacer nada, las cosas son así”. El siguiente gran paso es creértelo. Creer que
puedes cambiar las cosas. Porque así es. No de un día para otro, pero sí poco a
poco, trabajando cada día. Como en todo, los resultados, el éxito, es cuestión de
trabajo. Y sí, puede ser que en ese proceso de cambio se pase un poco mal, no
vamos a vender un camino de rosas. Pero siempre
será mejor un mal día en el camino que un camino completamente malo. Has de
pensar en ti y en los beneficios a largo plazo, no a corto plazo.
Si de verdad quieres algo y no vas encaminado a ello, más te
vale cambiar el sendero, porque quedarte quieto en tu jaula, recibiendo descargas,
no te va a llevar a nada mejor.
Déjate de excusas. Arriésgate, valora, ELIGE.
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