viernes, 29 de agosto de 2014

"A nadie le faltan fuerzas; lo que a muchísimos les falta es voluntad." Víctor Hugo.


Se acerca el fin del verano, tenemos Septiembre ahí. Y a todos nos pasa que, como en Enero, nos planteamos cambios, metas, pasar páginas, poner puntos y aparte/finales… nos fijamos unos propósitos.

¿Cómo hacemos para que esos propósitos se conviertan en realidades?
Antes de nada, has de tener claro qué quieres tú. Si tu objetivo se basa en la imposición de alguien o está dictado por lo que los demás esperan de ti, y no parte de que realmente quieras hacerlo, será muy factible que abandones pronto. ¿Quieres hacer deporte? Haz un deporte que te guste a ti, no a tus amigos. ¿Quieres estudiar algo? Estudia lo que te guste a ti, no a tu familia. ¿Quieres aprender un idioma? Aprende uno que te interese a ti.

También hay que evitar ser nuestro peor enemigo. No busques excusas para no hacerlo, no pospongas. Si te has propuesto correr 3 días a la semana, y uno de ellos llueve, deja de pensar “qué frío hace...” “…lo agustito que estoy en casa…” simplemente, hazlo. Y hazlo YA. Te pones los playeros y el chubasquero, y sales. La voluntad está en ti. Gran parte de las cosas que merecen la pena siempre requieren esfuerzo, compromiso, perseverancia, paciencia y, por supuesto, renuncias. Nada cae del cielo, no hay suerte, hay constancia y determinación.

Los objetivos que nos marquemos han de estar en función de nuestra edad, circunstancias personales, condición física… es decir, deben ser realistas. Para mí, participar en los Juegos Olímpicos, por mucho que me ponga en forma, es imposible. En cambio, realizar una media maratón sí que es factible.
Las metas que te pongas, también deben suponer un reto, deben ser realizables. Algo que te motive y se pueda lograr. Si el reto es demasiado exigente, te frustrarás al ver que no avanzas y acabarás abandonando. Y si resulta demasiado fácil, desistirás por aburrimiento.

Recomendaría que una vez que ya tienes claros tus objetivos los plasmes por escrito y los pongas en un lugar visible. Ten en cuenta que quieres cambiar unos hábitos por otros, y acostumbrarse a los cambios, cuesta. Nuestro cerebro se adapta más fácilmente si ve las cosas. Además, puedes ir anotando tus progresos y tachando lo que vas cumpliendo, para que veas si vas bien encaminado o necesitas modificar alguna cosa. Por ejemplo puedes ir anotando tu peso, o los kilómetros que corres a la semana o las calificaciones que vas obteniendo. Todo lo que sirva para medir nuestros avances será bienvenido. También tienes que ir premiándote cuando vayas subiendo peldaños. Hay que dividir el objetivo general en objetivos a corto, medio y largo plazo. Como las etapas en la vuelta ciclista. 
Un objetivo general puede ser: aprobar todas las asignaturas este curso.
Para lograr este propósito, tienes que temporalizarlo, establecer pequeñas metas en el tiempo (ir a clase todos los días, estudiar cada día X horas, llevar los apuntes al día, aprobar los parciales…), porque si te quedas en ese objetivo tan general, lo vas a ver muy lejos y empezarás a vaguear…

En resumen, debes saber que los objetivos deben ser: personales, realistas, realizables y medibles.
Teniendo claro qué es lo que quieres, por qué y para qué lo quieres y cómo vas a lograrlo, sólo te queda una cosa: ACTUAR.


TÚ PUEDES LOGRAR LO QUE TE PROPONGAS. LA VOLUNTAD ESTÁ EN TI.

miércoles, 25 de junio de 2014

"La tarea de un líder es llevar a su gente de donde está hasta donde no haya llegado jamás". Henry A. Kissinger.


Un equipo es un grupo de personas con algún obetivo común y, como tal, es necesario que alguien los dirija. No se trata sólo de entrenarles físicamente, sino que hay que sacar lo mejor de ellos, hacer que trabajen en equipo y que el grupo tenga sinergia. Siempre hay quien de manera natural sabe dirigir un grupo, bien sea porque posee unas habilidades innatas para que le sigan (carisma, talento, inteligencia...) o bien porque el grupo lo erige como tal. En el caso de los equipos deportivos, el entrenador es un líder “impuesto”. Es por ello que debe ser alguien bien preparado y formado, y no me refiero sólo al ámbito técnico y táctico, que se da por hecho, sino también al psicológico.
Un buen entrenador es un líder. Hace equipo. Logra objetivos.
No voy a centrarme en los estilos de liderazgo, sino que en esta ocasión voy a hablar de la importancia que tiene el ser un buen líder y el preocuparse de formarse por serlo (o mejorar).
Cuando se dirige el grupo con eficacia todo el equipo se ve beneficiado; aumenta el rendimiento y se mejoran los resultados. También mejoran las relaciones personales entre los compañeros y se transmite entusiasmo y ganas de trabajar.

¿Qué hace un buen líder?

- Trata a los jugadores con respeto: ridiculizar o humillar no es ninguna herramienta motivadora o correctiva. No es necesario faltar al respeto para parecer creíble. De hecho, normalmente esta forma de actuar hace que se obedezca por temor, en vez de por convicción en el entrenador. Se deben evitar los mensajes negativos o centrarse en reñir al jugador. No es lo mismo decir “estamos perdiendo muchos balones en el centro del campo” que “sois penosos, aquí no trabaja ni Dios, si seguís en este plan estamos jodidos.”. Corrige lo que se hace mal, no insultes o humilles. No eres creíble si buscas dejar mal a tus jugadores.

- Manda mensajes positivos: es el primero que tiene que creer en su equipo. Debe reforzar, agradecer y elogiar aquello que quiere que se repita. Así está generando confianza y seguridad en sus jugadores (“sí se puede”, “estamos preparados”, “CONFIO EN VOSOTROS”…).

- Tiene autoncotrol: por muy alterado que esté, un buen líder sabe medir sus palabras. Sabe gestionar sus emociones y cómo mantener la calma. Si en momentos de tensión se eligen mensajes equivocados, se obtendrán resultados no deseados. También debe ser capaz de separar el ámbito personal del deportivo. Todos los jugadores deben ser tratados igual, sin favoritismos y sin hostilidades.

- Saca la cara por su equipo: los problemas del vestuario se arreglan en el vestuario. Un entrenador que no apoye a su equipo, terminará por recoger eso que siembra. Un grupo se apoya en las duras y las maduras.

- Escucha: el líder dirige, sí, toma decisiones, sí, pero también sabe que lo que tienen que decir los demás es importante. La opinión del grupo siempre es enriquecedora, y por ello debe fomentar la iniciativa y participación de todo el equipo.

- Tiene empatía: debe saber detectar si los suyos están bien o mal. Tiene que estar al loro de cómo se sienten sus jugadores y ser comprensivo y flexible. Se supone que ha sido jugador antes de llegar a entrenar, no debe olvidarse de ello.

- Sabe adaptarse: los equipos no son iguales y las situaciones tampoco. No vale lo mismo para todo y todos. Habrá equipos más o menos disciplinados, más o menos agradables, más o menos profesionales… así como situaciones de pretemporada, de competición, de entrenamiento… El líder sabe adaptar su forma de dirigir a los jugadores y las situaciones para lograr obtener el mejor rendimiento.

- Tiene pasión por su trabajo: un buen líder está motivado y sabe motivar. Transmite optimismo y contagia energía positiva. Debe amar a sus jugadores y ser respetuoso con todo su cuerpo técnico.

- Sabe sacar lo mejor de sus jugadores: tiene la suficiente paciencia, rigor y profesionalidad como para saber qué puede exigir a cada jugador. Debe confiar en ellos y apoyarles para hacerles mejores de lo que son.

- Es un modelo de conducta: este punto es muy importante. Difícilmente se va a poder exigir un comportamiento determinado si el entrenador es el primero que no lo muestra. El líder debe mostrar siempre una conducta intachable y disciplinada. Su forma de relacionarse con los rivales, su forma de responder ante las críticas, su manera de dirigirse al cuerpo técnico, su manera de gestionar las crisis… todo será observado con lupa, por ello debe saber cómo responder de forma elegante y profesional.

Todo esto son habilidades que se adquieren. Se pueden entrenar y mejorar. Un buen líder sabe sus carencias y sabe qué hacer para superarlas. Un entrenador que se preocupa por ser un buen líder, mediante la formación o el asesoramiento, siempre va a obtener mejores resultados que aquellos que optan por mantener una visión más clásica (trasmitir técnicas y punto) en cuanto a la dirección de equipos.

martes, 17 de junio de 2014

Para superar una ruptura...


Todos hemos pasado por alguna ruptura. Elegida o impuesta, pero todos hemos pasado por el punto y final de alguna historia. Y todos sabemos que es algo difícil. Es una situación que se asemeja al duelo que se sufre cuando fallece un ser querido, aunque en el caso de las rupturas sentimentales, el duelo puede ser incluso más doloroso, pues cuando alguien muere, se cierra el libro, mientras que en una ruptura sabes que la otra persona está ahí, existe, pero no quiere estar contigo. No, no te ha elegido. Y eso, amigos, no es fácil de superar. PERO SE HACE.

El primer paso para superar la situación es ACEPTARLA. Esto implica reconocer que la historia ha terminado. Que existe un punto final. Tienes que abrir los ojos y aceptar que la situación es irreversible, pues si crees que las cosas pueden volver a ser lo de antes, nunca vas finalizar el camino de la recuperación. Puede hacer muchísimo daño seguir esperando algo que nunca sucederá. Olvídate de falsas esperanzas y autoengaños y mira (o deja que te ayuden a mirar) las cosas con perspectiva. 
Vas a tener que sacar tu orgullo y toda tu dignidad, no te arrastres por nadie. Si se ha acabado, se ha acabado, no ruegues, no supliques, no te estanques. No te va a servir de nada, sólo para prolongar el dolor.

La aceptación es un proceso desagradable, doloroso, no voy a vender lo contrario. Pero el dolor es bueno, tiene una finalidad, que es la de ayudarnos a ASUMIR nuestros sentimientos. No debes reprimirte, si tienes ganas de llorar, llora, si sientes rabia o angustia, busca alguna buena manera de canalizarla y deja que fluya. No te fuerces a estar bien, pero tampoco te regodees en el dolor; no optes por el sufrimiento. Llorar vale, dedicarte todas las noches a ponerte vuestras canciones o ver vuestras fotos es elegir un sufrimiento gratuito e innecesario. No evites tu dolor, pero tampoco lo alimentes.
Te vendrá muy bien rodearte de personas que te dejen (hasta cierto punto) estar “mal”, personas con las que no tengas que fingir un estado de ánimo, personas que te recuerden que, aunque alguien no te haya dado el valor que tú esperabas, eso no significa que tú no valgas.

Es clave también ALEJARSE. Aunque es algo que debe valorar cada uno/a, inicialmente soy partidaria del “podemos ser amigos”. Los primeros meses tras la ruptura, en general, no es recomendable mantener contacto, ni directa ni indirectamente (¿cotillear sus redes sociales? Mala idea.). Más adelante, cuando los sentimientos se hayan enfriado, sí que se podría intentar mantener una relación cordial. Pero eso ya es algo muy a sopesar por cada persona. ¿Vas a querer conocer a su nueva pareja? ¿Vas a llevar bien que te hable de otras personas? Porque eso es lo que hacen los amigos, ¿no? Si no estás preparado/a para esa situación, no tienes por qué ser amigo/a de nadie. Sé egoísta y mira por tu bienestar.
Tampoco es recomendable la actitud “un clavo saca a otro clavo”. Esto lo único que hará es transferir los afectos que sientes por una persona a otra. Estás sustituyendo a una persona por otra nueva, pero los sentimientos no son nuevos. No optes por reemplazar, no es justo ni para ti ni para la nueva persona. 

Otro punto es el APRENDIZAJE. Cuando ya has pasado por los puntos más duros, llega el momento de valorar lo vivido. Porque no, no se trata de que olvides una relación ni a una persona, sino de que cojas todo lo que ha pasado, lo valores y saques todo lo positivo de la experiencia. Seguro que has aprendido mucho de ti y de tu forma de relacionarte. Seguro que tu concepto de relación de pareja ha variado y ahora estás en un punto que tienes más claro lo que quieres (y lo que no). Saca provecho de la relación.

Por último, no esperes a estar bien para hacer cosas; haz cosas para sentirte bien. ACTÍVATE, ACTÚA. No dejes que lo sucedido bloquee tu vida. Sí, sé que cuesta, pero si tú no puedes, busca ayuda profesional, no pasa nada, para eso estamos!!
Tienes que tener claro que no es el tiempo quien cura las heridas, sino lo que haces en ese tiempo. Cuídate. Date algún capricho. Haz deporte, te llenará de energía y hará que focalices tu atención en el esfuerzo físico.


Como última recomendación, diré que has de respetar tu ritmo de superación (siempre dentro de un tiempo que no roce la patología, claro), pues no todos manejamos las situaciones de la misma manera, ni gestionamos las emociones igual, y no existe una jerarquía de las fases de la ruptura. 
Confía en ti y en tu voluntad. Lo vas a superar. Sólo hay que aceptar y decidir empezar de nuevo.


miércoles, 21 de mayo de 2014

DECÁLOGO DEL ÉXITO DEPORTIVO.



En cualquier disciplina deportiva, y también en la vida, hay una serie de pilares básicos que se deben reforzar y tener en cuenta para lograr conseguir aquello que queremos.
Mi experiencia me ha permitido resumir en diez puntos los escalones para lograr el éxito deportivo.

DECÁLOGO DEL ÉXITO DEPORTIVO

1.       Motivación: hay que hablar de la motivación propia de cada deportista (intrínseca) y la motivación que se le ofrece (extrínseca). La motivación individual, interna, es trabajo de cada deportista. Es él y solo él quien debe encontrarla y fijarla. En cuanto a la motivación extrínseca, podemos y debemos trabajarla. ¿Cómo? cada deportista y el equipo, en general, se deben sentir valorados. Deben percibirse como parte importante de un todo. También se les debe hacer partícipes de los procesos de decisión y darles responsabilidades. Los objetivos que se marquen, deben suponer un reto acorde a sus capacidades. Exigir demasiado, frustra; infravalorar, estanca. Ambas situaciones conllevan el abandono. La variedad en el programa de entrenamiento es otro factor a tener en cuenta. No se trata de evitar establecer rutinas (al contrario, son necesarias), sino de ofrecer otras formas de enfocar los entrenos. También se deben contraatacar las ideas y expectativas negativas.

2.       Objetivos y metas: la claridad de metas es la base de la motivación y de la constancia. Sin unos objetivos (comunes e individuales) no se persevera ni se trabaja para lograr el mejor rendimiento. Los objetivos que se marquen han de ser realistas y, a la vez, suponer un reto apetecible para los deportistas. Se deben marcar a corto, medio y largo plazo, para que se perciba progresión sin quemarse ni aburrirse.  Además, han de ser formulados en positivo, esto es, en vez de establecer “no bajar de 4 minutos el kilómetro” marcaríamos “lograr hacer el km en menos 4 minutos”. También deben ser muy concretos y específicos. No sirve “ganar la liga”. Serviría: “Quedar entre los 5 primeros en la ida.” (es un objetivo en positivo, a medio plazo y concreto).

3.       Feedback: analizar la ejecución y los resultados con el fin de corregir errores, reforzar lo que se hace bien, modificar lo necesario y evaluar y valorar la progresión. No se debe reducir a señalar los errores, sino que exige su corrección y, además, el reconocimiento de aquello que se hace bien. Este análisis no se debe limitar sólo a la competición. Es un proceso constante y continuo.

4.       Recompensa: al igual que se establecen las metas a corto, medio y largo plazo, las recompensas también se deben ofrecer simultáneamente. Si los deportistas cumplen un objetivo y no se les refuerza, estaremos pasando por alto su esfuerzo y dedicación y, por tanto, corremos el riesgo de desmotivarlos y afectar así negativamente al rendimiento.

5.       Comunicación: entre entrenador y deportista(s) y entre todos los miembros del equipo. Ha de ser fluida; se debe fomentar un clima positivo y agradable, donde el respeto mutuo guíe las actitudes. Deben sentir que son libres de opinar y contribuir y que esas ideas se tienen en cuenta y son valoradas.

6.       Esfuerzo: físico y mental. Me refiero a la lucha constante (individual y/o colectiva) que se debe mantener para lograr los objetivos. Se trata de superación, perseverancia y competitividad.

7.       Disciplina: compromiso individual y grupal; la tenacidad. La constancia en los entrenamientos, el establecimiento de rutinas (individuales y grupales), el cumplimiento de horarios, estructurar, preparar y cumplir las sesiones de entrenamiento, realizar las series marcadas…

8.       Confianza: ser conscientes de las capacidades y talento que se posee y creer en ello.  Confiar también en el resto de los compañeros del equipo y en el entrenador. Los objetivos claros y el feedback, influyen en la autoconfianza y en la confianza grupal. La confianza se resumiría en cuatro palabras: creer en ti mismo.

9.       Cohesión: fomentar el sentimiento de orgullo de pertenencia al grupo. Se trata de que se sientan identificados con los valores del equipo, que se comprometan. Para ello se han de establecer unas normas comunes de conducta, se debe crear un clima de positividad, se ha de fomentar la colaboración, la generosidad y la responsabilidad. Tener un proyecto común hace que se cree un sentimiento de lealtad al equipo y a los compañeros. También se ha de maximizar la influencia social, favoreciendo la interacción entre los compañeros, promoviendo la noción de grupo y organizando actividades para amigos y familiares (apoyo en competición).


10.   Humildad: tanto en las victorias como en las derrotas; a nivel individual, con los compañeros y con los rivales. No se debe fomentar el negativismo ni el rencor ni el juego sucio; tampoco el alarde o el pavoneo . Hay que dejar bien claro que, como decía Saramago “la derrota tiene algo positivo, nunca es definitiva. En cambio la victoria tiene algo negativo, jamás es definitiva”. Todo es temporal y dependemos sólo de nuestro trabajo diario.



jueves, 24 de abril de 2014

"Las tres cuartas partes de las miserias y malos entendidos en el mundo terminarían si las personas se pusieran en los zapatos de sus adversarios y entendieran su punto de vista." Mahatma Gandhi.


La empatía es una habilidad social que se comienza a desarrollar desde la infancia. La correcta educación emocional de los padres es clave en el buen desarrollo de ésta habilidad.
Ignorar las emociones de un niño o hacer que las reprima, (“deja de llorar”, “no te pongas así”, “no te rías tanto”, “los niños no lloran”…) hará que el niño aprenda a ignorar sus sentimientos y los de los demás.
En cambio, si se le atiende y se les regula emocionalmente, aprenderán a reconocer y gestionar sus propias emociones y las de los demás, dándose así los primeros pasos para el inicio del desarrollo de la capacidad empática.

Centrándonos en el contexto de las relaciones interpersonales, la empatía sería la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Esto es, darse cuenta de que las demás personas tienen creencias, deseos, emociones o intenciones diferentes a las nuestras, aceptar esto y actuar de acuerdo a ello.
Cuando una persona posee poca empatía, su comportamiento tiende a ser egoísta. Es incapaz de entender las emociones, problemas y actuaciones de los demás.
Seguro que esto os suena a más de uno, bien porque tendéis a actuar así o bien porque conocéis a alguien que actúa así con vosotros.
Pero calma, la empatía, como el resto de habilidades sociales se puede entrenar, modificar y mejorar (hablamos siempre de personas sin psicopatologías).
¿Para qué se debería entrenar? Para mejorar como personas, para mejorar nuestras relaciones con los demás y para vivir más relajados. Cuando se piensa que los demás deberían pensar o actuar como lo haríamos nosotros, nos agobiamos. 
Habría que cambiar el “no entiendo por qué hace esto” por una pregunta: “¿hago algo para entenderlo?”
Ha de quedar claro que el comprender el punto de vista de otra persona, el probarse sus zapatos, no implica que te los tengas que quedar. No se trata de que cambies tus creencias y que adoptes las suyas. La cuestión es que seas capaz de comprender que actúa de forma diferente porque (por lo que sea, por su historia, por sus experiencias) piensa diferente, y debes respetarlo.

La mejor manera de trabajar la empatía sería acudir al psicólogo, pues la capacidad empática se compone de varias habilidades. Un psicólogo valoraría cuáles posees, cuales no y cuáles se pueden mejorar.
De todas formas, hay tres pautas básicas para mejorar un poquito nuestra empatía:
  1. Aprende a ver y escuchar: no se trata sólo de lo que te cuentan, sino de cómo te lo cuentan. Atiende a los gestos, posturas, tono de voz… todo esto puede comunicar más que lo que te están contando con palabras.
  2. Practica la escucha activa: cuando alguien te cuente su problema o su punto de vista, intenta no pensar en cómo TÚ te sentirías, actuarías o pensarías. La clave es que te preguntes: “sabiendo cómo es él/ella y sus circunstancias, ¿cómo me sentiría?"
  3. Evita interrumpir: si quieres meterte en la situación has de dejar que la persona se exprese, no le cortes, no le coartes, no le juzgues.



jueves, 10 de abril de 2014

"Lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad." Karl A. Menninger.



El otro día me comentaba un amigo que hacía unos meses había retomado sus entrenamientos de natación y había vuelto a iniciarse en competición. La había abandonado hace unos 9 años. Le pregunté por qué lo había dejado, ya que, viendo que está consiguiendo logros importantes, es bueno. Me explicó que fue a causa del entrenador. No les trataba bien, les sometía a mucha presión. Hizo que los chavales perdieran las ganas y la motivación.
Podría haber cambiado de equipo, pensaréis. Ya, pero ¿os imagináis con 15 años y hastiados de todo y todos? ¿Creéis que es sencillo que resurja la pasión por el deporte?

Hoy voy a hablaros de algunas habilidades que debería poseer un buen entrenador en deporte base. Porque esta etapa es esencial para generar el enganche al deporte. Es decisiva para que el niño empiece a amar el deporte o para que acabe odiándolo.

El principal objetivo del deporte en las edades más tempranas no es obtener buenos resultados, sino que los niños aprendan valores y se diviertan. Y puestos a aprender, pueden adquirir tanto valores positivos como negativos, por ello el entrenador ha de ser una figura ejemplar. Un modelo de conducta. Un referente.
Debe buscar el aprendizaje de la disciplina, la motivación, la interacción social y el disfrute con la actividad. Un planteamiento lúdico no está reñido con la seriedad de los entrenamientos y competiciones.

El entrenador debería centrarse en los aspectos positivos y resaltarlos. Debe evitar darle protagonismo a los fallos y castigar. Un error se corrige, no se castiga.
Por supuesto nada de gritos. Debe dirigir el grupo de manera democrática, no autoritaria. El estilo democrático se basa en: corregir, no castigar; dialogar, no ordenar; saber elogiar y reconocer logros.
Una buena manera de fomentar y fijar conductas a estas edades es establecer una economía de fichas. Esto es, dar una serie de puntos por actividad realizada correctamente (uniforme cuidado, vestuario ordenado, material recogido, puntualidad…) y, al llegar a X puntos, hay una recompensa.

La comunicación del entrenador con los niños ha de ser coherente y clara. La comunicación verbal no puede estar en disonancia con la no verbal. No puedes decirle al niño que una determinada jugada o ejercicio estuvo bien y que tu cara, tono de voz, gestos… indiquen lo contrario. Las directrices que se den han de ser cortas y sencillas, sobretodo en los partidos o competición.

Por último, el entrenador ha de ser una figura que transmita seguridad. Ésta se transmite controlando la dificultad de las tareas que tienen que hacer los niños (pedir un ejercicio para el que aún no están preparados y que fallen, va a generarles inseguridad en sus habilidades y va a tocar su confianza). También preparando bien las competiciones: hablarles de los rivales, establecer jugadas, ensayar posiciones… Otra manera de transmitir seguridad es mediante el establecimiento de rutinas. Rutinas de entrenamiento, de pre-competición, de competición y de post-competición.

En resumen, el entrenador en deporte base tiene una función más que relevante. Me he centrado en su rol, pero no me olvido del de los padres, cuyo papel es igual de importante a la hora de que el niño se enganche o no al deporte. Que el niño adquiera disciplina, voluntad y dedicación no se va a lograr por la fuerza, sino educándole. Al igual que se forman en el cole, se pueden formar en el deporte.











jueves, 3 de abril de 2014

"Tanto si piensas que puedes, como si piensas que no puedes, estás en lo cierto." Henry Ford.


La figura del psicólogo deportivo está cobrando relevancia en la actualidad, aunque generalmente se suele asociar al fútbol.
Si he de ser sincera, lo que me encanta de la psicología deportiva es que abarca un montón de ámbitos de actuación. Desde el deporte base hasta el de ocio y tiempo libre. Cualquier campo que implique un entrenamiento físico necesita el plus del entrenamiento mental. Siempre podremos aportar algo para ayudar al deportista o/y al club/equipo a optimizar su rendimiento.
Me centraré esta vez en el trabajo con el deportista. Son varias las habilidades mentales que podemos trabajar, se compita o no. Hablaremos de las más comunes:
  • Atención y concentración: la capacidad de obviar los estímulos externos e internos y mantener nuestra atención en la tarea. ¿Recordaís a Verdasco perdiendo los nervios ante Gasquet en el torneo de Niza en 2010?
  • Motivación: mantener las metas. Encaminar nuestros actos al logro de los objetivos marcados. Evitar caer en la desidia. Por muy trabajadas que tengas todas la habilidades mentales y físicas, si no existe una motivación, no vas a lograr los resultados que quieres.
  • Confianza: creer en tus capacidades. Creer en tus habilidades. Creer en ti. Poned en Youtube: “Zidane mejores jugadas” y sabréis de lo que hablo.
  • Nivel de activación: tan perjudicial es un alto nivel como uno bajo. Estar excesivamente “nervioso” nos afecta tan negativamente como estar extremadamente “relajado”. Se puede trabajar cómo lograr el nivel más óptimo para conseguir nuestro objetivo.


¿Con qué deportistas podemos trabajar? CON TODOS. Futbolistas, tenistas, nadadores, corredores, triatletas, golfistas, ciclistas, jugadores de hockey, jugadores de basket, gimnasia rítmica, volley… TO-DOS.
La psicología deportiva puede meter mano en cualquier disciplina deportiva. Y ella puede marcar la diferencia entre un resultado ordinadario y un resultado excelente.